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El aborto sigue siendo en el siglo XXI tema de debate, un comportamiento que el filósofo Julián Marías no dudaba de calificarlo como uno de los grandes dramas humanos junto con el terrorismo y el consumo de drogas.

De acuerdo a Mary Ann Warren en su artículo «El Aborto» que refleja las líneas de su pensamiento, «1. debe permitirse el
aborto, ya que su prohibición tiene consecuencias altamente indeseables; 2. las mujeres tienen el derecho moral de decidir abortar, y 3. los fetos no son todavía personas y por lo tanto no tienen aún derecho sustancial a la vida” En el tercer supuesto cuestiona el problema del estatuto biológico del embrión humano. Esta autora se pregunta: “¿En qué momento del desarrollo del ser humano empieza éste a tener un pleno e igual derecho a la vida?”

De esta forma concretiza Warren su postura pro aborto:

“La negación de un aborto niega los derechos de la mujer a la vida, a la libertad y a la integridad física. Con todo, si el
feto tuviera el mismo derecho a la vida que la persona, el aborto sería todavía un acontecimiento trágico, difícil de
justificar excepto en casos extremos […] A diferencia de los fetos, las mujeres son ya personas. No deberían ser tratadas
como algo inferior cuando se queden embarazadas. Esta es la razón por la que el aborto no debería estar prohibido,
y porque el nacimiento, más que cualquier otro momento anterior, señala el comienzo de un pleno estatus moral”

En contraposición el filósofo Julián Marías en “Una visión antropológica del aborto” y otros textos, apela a un planteamiento del problema basado en una ética de la evidencia evitando dar la espalda a la realidad :

«La base fundamental es la distinción entre persona y cosa, entre algo y alguien, entre qué y quién. El que habla y el que escucha son realidades personales. ¿Qué tiene que ver esto con el aborto? “Lo que aquí me interesa es ver qué es, en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical innovación de la realidad: la aparición de una realidad nueva […] Lo que el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es reductible a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, diferente de todas las demás, en muchos sentidos única, pero al fin una cosa. […] pero el hijo no es lo que es. Es alguien. No un qué, sino un quién, alguien a quien se dice tú, que dirá en su momento, dentro de algún tiempo yo. Y este quién es irreductible a todo y a todos”. Para Julián Marías en cada niño concebido, aparece un tercero absolutamente nuevo, diferente del padre y de la madre. En opinión de Marías, el feto no es parte del cuerpo de la madre, sino que está alojado en ella. Esto es lo que se vive de manera inmediata, lo que se impone por evidencia. El niño no nacido aún es una realidad viniente, que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Si se mira bien, esto no es exclusivo del nacimiento, pues el hombre es siempre una realidad viniente, alguien siempre está inconcluso, siempre es un proyecto inacabado:

“Si se dice que el feto no es un «quién» porque no tiene una vida «personal», habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y habría que decirlo de un hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteriosclerosis avanzada, la extrema senilidad, no digamos el estado de coma). […] Cuando se provoca el aborto o se ahorca no se interrumpe el embarazo o la respiración; en ambos casos se mata a alguien”

El discípulo de Ortega y Gasset supone que es una hipocresía considerar que diferencias diametrales al considerar el problema del aborto dependiendo en que tiempo de gestación (días, semanas, meses) se encuentra el (a) niño (a) que viene. De la misma manera considera ilicito practicar el aborto en casos de posible anormalidad del niño (a) , pues también podríamos matar todo lo que consideremos anormal ya sea por enfermedad o vejez. De ser así, estos tampoco merecerían vivir. Considera una aberración enmascar determinados propósitos que parecen valiosos como la regulación de la población, el bienestar de los padres, la situación de la madre soltera, las dificultades económicas, tener tiempo libre, mejorar la raza. Hace hincapié en el aspecto de la despersonalización ya que se plantea al margen del padre, eliminando todo lo referente a las relaciones personales entre padres, madres e hijos, al cosificar al feto como una no persona:

“En una época en que se habla tanto de la «mujer objeto» —no sé si alguna vez ha sido vivida así; sospecho que siempre se la ha visto como «sujeto» (o «sujeta»)—. Se ha abierto camino en la mente de innumerables gentes la interpretación del niño-objeto, del niño-tumor, que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de obliterar literalmente el carácter personal de lo humano. Para ello se habla del «derecho a disponer del propio cuerpo». Pero, aparte de que el niño no es el cuerpo de la madre, sino que es alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre, es que ese supuesto derecho no existe”

A modo de conclusión Marías destaca la importancia de tratar a todos los seres humanos como personas e
insiste en la desgracia derivada de olvidar este principio moral:

“El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad; por eso se reduce la maternidad al estado de soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo posible uso del quién, de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad. […] Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más
grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final”
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